Thursday, October 25, 2007

Comienza nuestro viaje de maternidad gestacional...

1º de abril, 2007

Una tarde, hace casi un año, nuestros amigos Sheona y Jon vinieron a visitarnos después de nuestra quinta pérdida. Esa visita culminó con una propuesta increíble que está por lanzarnos en un viaje maravilloso: la maternidad gestacional.

Algunos antecedentes para aquellos que no conocen la historia... Sheona, Jon, Andrés y yo nos conocimos en el invierno del 2001/2002 a través de un amigo en común. La primera vez que nos vimos fue en la casa de este amigo, quien nos había invitado a cenar. De inmediato congeniamos, por lo que estuvimos muy contentos de reencontrarnos ese verano en la boda de nuestro amigo. En aquella ocasión, estábamos felices de anunciarles que yo estaba de casi cuatro meses de embarazo y que me estaban tratando con anticoagulantes. Estábamos optimistas y ellos estaban felices por nosotros.

Lamentablemente, ese tratamiento no dio resultado y a fines de septiembre, cuando se empezó a comprometer mi salud, nos vimos frente a la inexplicablemente difícil decisión de abortar el embarazo a las 22 semanas. Está de más decir que estábamos deshechos. No sólo habíamos perdido a otro hijo; esta vez, para complicar las cosas aún más, me tuvieron que inducir y tuvimos que vivir el proceso de parto de esta criaturita sin vida. Como el embarazo era de más de 20 semanas gestacionales, por ley tuvimos que coordinar con una funeraria la disposición de su cuerpo. No era justo lo que estábamos viviendo, pero no queríamos darnos por vencidos todavía. Decidimos dejar pasar uno o dos años y volver a intentar.

Unos meses después, nuestro amigo común nos invitó a ver una obra de teatro en la cual actuaba y nos reunimos todos otra vez. Andrés y yo estábamos por viajar a Chile a visitar a nuestras familias y estábamos quejándonos de lo caro que era contratar a alguien que cuidara de nuestro perro durante nuestra ausencia. Sheona y Jon estaban de acuerdo y decidimos presentar a nuestros respectivos perros, Rosa y Lucas a ver si se llevaban bien. Esa noche conversé largo rato con Sheona y le conté los pormenores de nuestros cuatro embarazos fallidos y de nuestro deseo profundo de empezar una familia. Mi actitud, en vez de echarme a morir – que ganas no me faltaban – era más bien de “arreglar” el problema. Un médico había investigado mis pérdidas y me estaba ofreciendo un tratamiento que podría ayudarme a llevar un embarazo a término.

Ese invierno, viajamos a Chile y nos llevamos las cenizas de nuestra bebita para esparcir en el mar, en la playa frente al lugar donde Andrés y yo nos habíamos casado. Cuando regresamos del viaje, Sheona y Jon tenían buenas nuevas... ¡Sheona estaba esperando! El ciclo interminable de la vida se hizo evidente, y el comienzo de esta nueva vida – un milagro verdadero – dio paso a otro comienzo: nuestra amistad.

Empezamos a cuidar de nuestros respectivos perros cuando nuestros respectivos viajes lo requerían. A raíz de esto empezamos a vernos con más frecuencia, estrechándose más y más los lazos de amistad mientras atravesábamos etapas similares de la vida.

En la víspera del nacimiento de Henley, Andrés y yo estábamos en casa de Sheona y Jon cenando y maravillándonos de la panza medio cuadrada ya de Sheona. Le saqué fotos a su panza y a sus pobres pies hinchados para que pudiera luego maravillarse ella también, una vez que naciera el bebe. Nos parecía que en cualquier momento podría iniciarse el trabajo de parto, y cuando el teléfono sonó a las 6 de la mañana siguiente, nuestras sospechas fueron confirmadas: Sheona estaba en trance de dar a luz y sus ejercicios de respiración profunda estaban asustando a la pobre Rosa (porque Sheona dio a luz en casa). Fui a recoger a Rosa y a las pocas horas nació la hermosa Henley.

Un año y medio después, en enero del 2005, Andrés y yo estábamos listos para volver a intentar, así que llamamos a todos los médicos y pusimos manos a la obra. Pero el 2 de abril, sufrí una trombosis en una vena cerebral. La verdad es que tuve mucha suerte de sobrevivir sin secuelas. Inmediatamente empezaron un tratamiento con anticoagulantes - el que tendré que seguir por el resto de mi vida - y me internaron en el hospital por 10 días. Esto pospuso nuestros planes de embarazarnos hasta octubre del mismo año, cuando después de una resonancia magnética, los médicos determinaron que mis venas estaban de vuelta a la normalidad y nos dieron luz verde. Me embaracé por última vez ese mismo mes.

Esta vez, aparte del tratamiento anticoagulante, que igualmente tenía que seguir por mi propia salud, me recetaron rondas de inmunoglobulina intravenosa o Ig IV, una melaza de anticuerpos que supuestamente agitaría mi sistema inmune para impedir que atacara al feto. El embarazo se desarrolló muy bien en un comienzo. Los resultados arrojados por las decenas de exámenes indicaban que la placenta estaba como tenía que estar, las cifras de mis análisis de sangre eran óptimas y en todas las ecografías el feto y la placenta se veían perfectos. Mientras tanto, yo no me sentía muy perfecta que digamos. Los tratamientos de Ig IV me produjeron una reacción similar a los síntomas de meningitis, con un dolor insoportable de cabeza y a todo lo largo de mi columna vertebral; las náuseas me tenían verde, tumbada en la cama y no podía ni levantarme a comer pues el solo pensar en lechuga incluso me hacía vomitar. Un día, mi pobre y frustrado marido se enteró de la existencia de una pildorita llamada Diclectin que me ayudó muchísimo y con la que recobré el apetito sin temor a la horrible náusea.

El único temor que me quedaba era el ultrasonido de las 19 semanas. Nunca había logrado pasar ese hito del embarazo sin problemas. Mi tercer aborto espontáneo fue descubierto en esa eco, y mi cuarto embarazo fue sentenciado justo después de esa eco. Igualmente traté de tranquilizarme, diciéndome que todo saldría bien esta vez. Dado el resultado del último embarazo con los anticoagulantes, pensé que a lo más podrían encontrar que no todo estaba bien, pero que tendríamos suficiente tiempo como para llevarme a un punto en el que podría dar a luz a un bebe prematuro con grandes posibilidades de supervivencia. Eso pensaba mientras me escaneaban la panza, por lo que fue un golpe tremendo enterarnos que la bebe ya había fallecido, quizás dos o tres semanas antes. Ese día se convirtió en uno de los días más largos de nuestras vidas pues tuvimos que esperar mucho para ver a los médicos, tratando con todas nuestras fuerzas mantenernos compuestos, ser cuerdos y no venirnos abajo, pero a la vez sintiendo una vulnerabilidad tremenda y una desilusión profunda. Finalmente, me internaron en el hospital ese mismo día para poder inducirme. Descontinuaron los anticoagulantes y al día siguiente indujeron el parto. Me quedé en el hospital un día más, hasta poder ver a todos mis médicos, y nos fuimos a casa otra vez vacíos y resentidos.

¿Qué podíamos hacer ahora? Me habían dicho que era muy probable que jamás pudiera tener un embarazo exitoso. Los embarazos afectaban mi cuerpo cada vez más, demorándose este cada vez más en recuperarse y, ahora que había sufrido una trombosis, teníamos que tener más cuidado. Mi doctor sugirió la maternidad gestacional como opción, ¡pero nos parecía tan artificioso! No obstante, supongo que como parte del esfuerzo para recuperarme emocionalmente de esta pérdida, empecé a investigar el tema en la Internet. Hasta contactamos a una “agente” de madres portadoras para preguntarle cómo funcionaba el proceso. El costo nos dejó helados, y el costo de adopción era también bastante alto.

De repente, una tras otra, mi hermana y nuestras amigas se empezaron a ofrecer como madres portadoras. ¡Qué bendición! No podíamos creer su generosidad, pero no nos sentíamos cómodos con la idea. No dudamos nunca la sinceridad de tremendo ofrecimiento, pero esta alternativa nos parecía medio loca desde el principio y siempre pensé que preferiría hacerlo con una extraña que con una amiga cercana.

Hasta que vinieron Sheona y Jon esa tarde a vernos. Le comenté a Sheona acerca de mis indagaciones y ella me dijo algo como, “Nosotros también lo hemos estado considerando”. No sé por qué yo pensé que me estaba diciendo que ellos también estaban pensando en encontrar a una madre portadora para aumentar su familia; quizás porque en mi mente ella y yo estábamos pasando por algo parecido, pues ella había sufrido una pérdida a comienzos del año; quizás porque posparto tenía la cabeza siempre en la luna – o quizás es que un ofrecimiento de ese nivel de generosidad y altruismo es lo que uno menos espera escuchar... Luego la cortina se abrió y me di cuenta que ¡se estaba ofreciendo a ser NUESTRA madre portadora! Y sucedió algo tan extraño.... esta vez sí sentí que era la persona perfecta para hacerlo.

Así es como comienza esta historia, una tarde de abril como hoy.

1 comment:

La Mamina said...

Queridos Patty y Andrés
GRACIAS por compartir algo tan íntimo de ustedes con nosotros. Quiero que sepan que los acompañaremos en cada paso con nuestros pensamientos, pero sobre todo en nuestras oraciones, pidiéndole a nuestro Padre en el Cielo, que EL los asista (a los cuatro!) muy de cerca en todas las decisiones que tengan que tomar. Besote! La Mamina.