Thursday, May 25, 2006

EUROPA: De París a Londres

El hotel no era gran cosa; lo encontré en la Internet y las críticas que leí de otros que se habían quedado ahí eran muy buenas. Además aparecía en su sitio que tenían acceso a wifi y esto era súper importante para nosotros pues viajábamos con el laptop para poder seguir al tanto de todo mientras estábamos allá. Llegamos retarde y con ganas de irnos a tomar unas chelas así que decidimos que dejaríamos las maletas y la computadora con el nuevo candado que le habíamos comprado y que partiríamos a explorar los alrededores. Antes de partir tratamos de conectar la compu a la red inalámbrica pero no funcionaba la conexión. Nos rendimos y decidimos dejarlo para la mañana siguiente.

París es como un caracol de arrondissements o barrios numerados. El primero está en el centro de París y luego, siguiendo las manillas del reloj, los otros lo rodean con la forma de un caracol. Nuestro hotel quedaba en el borde del arrondissement número 5: el quartier latin. Este barrio se llama así porque es el barrio universitario de La Sorbonne, donde en antaño la comunidad universitaria hablaba latín. Cruzando la calle estaba el número 13 y al otro lado del Sena estaba el 4º y el 12º. Lo ideal de nuestra ubicación era que de nuestro gare (estación), salían las líneas 10 y 5 del metro, que nos llevaban prácticamente a todas partes. La 10 iba por la rive gauche (o rivera sur) del Sena hacia el Bois de Boulogne (conocido como el “jardín de las delicias terrenales”, como la pintura del Bosco...) y la 5 hacia el norte, de la que generalmente nos bajábamos en Bastille para tomar la 1 hacia el oeste por la rivera norte. La verdad es que más bien usamos el metro para acercarnos porque lo caminamos todo en París. Me quedé sin suelas de tanto caminar. Es una ciudad tan linda que hasta cuando llovía preferíamos caminar con los paraguas del Migros porque los olores de los jacarandas en flor y de la comida deliciosa (hasta los boliches más hediondos servían pato!). La única vez que nos tomamos un taxi fue la última noche... ya les cuento más adelante.

Esa primera noche nos aperamos de paraguas y salimos a pasear, con las antenas un poco demasiado paradas porque nos habían metido miedo de los peligros de París y como no conocíamos dónde estábamos... pues nada. El estado de alerta no nos duró demasiado. Al poco rato era obvio por donde ir y por donde no. Estábamos en un barrio súper tranquilo. Nos fuimos caminando por nuestra calle y luego bajamos por otra y luego por otra, todo el rato buscando un bar. Pero estaba todo cerrado. Era lunes pues también. Finalmente encontramos un bar de mala muerte y nos tomamos un vaso de Kronenberg 1664, una cerveza que encontramos en todas las ciudades que visitamos (en Canadá no hay) pero que en esta ocasión no tenía mucho gas. Al regreso se largó a llover pero no nos aguó el panorama. Cruzamos la calle a un McDonalds (el único restaurante abierto) y nos compramos unas hamburguesas. Es verdad lo que dice Vincent Vega en Pulp Fiction. Los Quarter Pounders with Cheese SÍ SON ROYAL CHEESE!! Y el Big Mac.... LE BIG MAC! Muertos de la risa regresamos al hotel en la lluvia. Paramos en una tiendita que estaba por cerrar y nos compramos unas botellas de agua y una botella de vino. El vino que compramos en París era botado de barato y siempre delicioso. Ya de vuelta en el hotel nos instalamos a comer las hamburguesas y a tomarnos nuestra primera copa de vino francés en París, mientras en la tele daban un episodio viejísimo doblado al francés de NYPD Blue. Muy divertido ver a Dennis Franz gruñendo en francés.

A la mañana siguiente luego de quejarnos en recepción, nos contaron que no había acceso a wifi desde el hotel. Estábamos tan apestados!! Nuestro primer día en París y teníamos que ocuparnos ahora de encontrar una alternativa. La mujer del hotel nos dijo que de todas maneras encontraríamos algo en Place D’Italie, una rotonda en el 13 donde había un mall. Para allá partimos, a pie, parando en un boliche en la avenue Des Gobelins a tomar desayuno... mmm el café con leche era de película. Y el Croque Monsieur tenía el queso derretido por fuera! De ahí seguimos rumbo a la famosa Place D’Italie. Una vez en el mall no encontrábamos ningún cibercafé. Nadie sabía dónde podría haber uno... entre una y otra tienda, encontramos una que nos prestó su acceso a Internet y ahí buscamos y encontramos un café en St-Germain (el 4º). Total que partimos en el metro a Cluny-La Sorbonne y finalmente encontramos el bendito café. Ya estábamos tan tensos y apestados que la pobre Marie Jo, mi colega parisina a cargo de Amero, estaba espantada al escuchar nuestro tono de voz. No podía creer que pudiéramos estar tensos en su ciudad! Regresamos al hotel a dejar la computadora y en recepción nos quejamos con la recepcionista de la tarde: “Pero cómo”, nos dice, “si el McDo de la esquina tiene wifi gratis”... Así fue como el McDo se convirtió en el McOffice. Inmediatamente partimos a ver nuestra nueva sede de trabajo. Bastante bonito el local. Y el café exprés... de película. Ahí mismo me metí al sitio web de los tours en bus y reservamos un espacio para ir de tour al día siguiente, al mediodía. Después de chequear mails y sentirnos más en onda, dejamos la compu en el hotel y partimos caminando con sólo paraguas por el borde sur del Sena, hasta la Île de la Cité. Apenas divisamos la Catedral Notre Dame nos acordamos de por qué estábamos en París.

Cruzamos el Sena hacia la Catedral, por el Puente Puente (Pont Pont se llama!) y quedamos maravillados con la belleza de la catedral, con los detalles de su fachada, la enormidad del edificio. Ya era muy tarde para entrar pero vimos que a las 8 había un concierto de canto gregoriano y decidimos regresar. Mientras tanto, visitamos el Hôtel de Ville, donde nos acordamos mucho del Topo (pas de vacances, jajaja) y de ahí partimos hacia el barrio judío Le Marais a comer. Nos habían recomendado un restaurante llamado Chez Goldenberger pero al no encontrarlo nos acercamos a una pareja de chicos muy guapos (luego nos dimos cuenta que este barrio estaba lleno de chicos guapos... sólo que no supimos la razón de tanta guapura junta sino hasta la última noche) quienes nos indicaron que habían cerrado por un problema con el ministerio de salud! Total que Chez Marianne era la alternativa que nos recomendaban y para allá partimos.

Le Marais, el pantano, era originalmente el barrio de la aristocracia, pero luego esta se mudó a Versalles y el barrio comenzó a decaer. Luego, en los siglos 19 y 20, los judíos de Europa Oriental se mudaron al área y pasó a ser considerado el área de la industria de de la confección. Hoy en día todavía es un barrio judío, con negocios kosher y restaurantes de comida judía, pero lo que no sabíamos es que es también el barrio gay y en las noches salen todos los chicos guapos vestidos impecables a jaranearse a los bares. Para allá fuimos a nuestra despedida de París... más adelante sigo con ese tema. En esta visita vimos el barrio diurno: más bien poblado de hasídicos caminando por las callejuelas con sus baguettes y paraguas, que si hacías caso omiso a los Smart Cars que se metían por las callecitas, parecían ser parte de una escena en una película de época... como se visten de negro, muy anticuados, con sombreros de ala y los edificios no han cambiado, las callecitas siguen siendo chiquitas y de adoquines... era como transportarse a otra era.

Nos instalamos a comer tabouli, hummus, felafel y otras delicatessen en Chez Marianne... no era tan fabuloso que digamos pero ya estábamos muertos de hambre. Llegamos felices y contentos a Notre Dame a la hora de concierto. La catedral por dentro estaba iluminada con arañas de “velas”, una luz muy tenue y meditativa. Las voces de los cantantes resonaban en la acústica impecable del edificio. Las sentías vibrando en el pecho. Seguíamos las letras en el programa para ver qué decían en latín. Me parecía fabuloso como entonaban cada sílaba, alargándola de modo que una oración de cuatro frases demoraba 10 minutos en cantarse. Mi-i-i-i-i-mi-i-i-i-mi-i-i-i-se-e-e-e-e-e-e-se-e-e-e-e-e-ri-i-i-i-i-ri-i-i-i-i-cor-o-o-o-o-o-cor-di-i-i-i-i-i-i-i-i-i-a-a-a-a-a-a-a (misericordia, para los impacientes!).

No nos quedamos hasta el final del concierto porque había tanto por ver todavía y teníamos sólo 3 días más, así que nos salimos muy discretamente y tomamos el metro hasta la estación Charles de Gaulle Étoile. Para qué les cuento nuestra impresión cuando íbamos subiendo a la calle por la escalera mecánica y se apareció frente a nosotros el Arco de Triunfo! Además estaba iluminado de azul... no.... muy impresionante. Estuvimos largo rato admirándolo, pensando en Napoleón y en Haussmann, urbanista responsable de las vistas impresionantes desde monumentos como el arco de triunfo, del cual salen 12 avenidas, formando un sol o estrella. Una de las avenidas es Victor Hugo, donde vivió el Elo en el número 23. Esa fue nuestra próxima parada. De ahí nos fuimos caminando por las callecitas de ese barrio, el 16º, que es muy elegante. Los jacarandas en flor estaban por todos lados y el olor era delicioso. Bajamos por la Avenue D’Iena hacia la dama de París: la torre Eiffel. Cuando la divisamos a la distancia, entre los edificios residenciales, nos pareció mucho más alta e impresionante de lo que nos habíamos imaginado. Además tocó la casualidad que justo había dado la hora y siempre que da la hora pasa de estar iluminada entera azul a resplandecer con mil luces, como si hubiera un millón de turistas sacando fotos con flash desde la torre. Se veía hermosa.

Cruzamos el puente hacia la torre, realmente impresionados con ella. Se la ve en tantas fotos y es como tan cliché su imagen, pero cuando la tienes en frente... no sé... fue como ver a una estrella de cine. Además, desde el punto de vista arquitectónico, su diseño es tan simétrico que te da una sensación de tranquilidad. No tiene igual, no hay nada que hacer.

Ya saciados con tantas vistas y caminatas, y con los pies ultra adoloridos, corrimos a coger el último metro de la noche (eran las 12 y media!) de vuelta al hotel, donde bajamos las fotos a la computadora, nos tomamos una copita de vino y caímos muertos.

El miércoles por la mañana nos despertamos temprano para poder ir a la McOffice antes de hacer el tour de París. Era otro día gris en París. La vista de la ventana del hotel no era bonita pero sí mostraba a la perfección lo bullicioso y la actividad de la ciudad. Si abríamos la ventana, el ruido era ensordecedor. Después de revisar correos y ponernos al día con la chamba, partimos al metro hacia la rue de Rivoli, donde frente al Jardin de Tuileries nos esperaba el bus. El tour no me gustó mucho, aunque sí se aprenden muchas cosas escuchando la grabación, pero la verdad es que París es para recorrerla a pie. Es una ciudad tan compacta y linda que vale la pena conocerla en persona, y no desde la ventana de un bus. El bus sólo paró en la Torre Eiffel, su destino final antes de regresar a la rue de Rivoli, pasando por St Germain, la plaza de la Concordia, el Louvre, el Grand Palais y el Petit Palais, la Opera, Place Vendome (el Ritz), Palais Royal, Notre Dame... en fin, muchos de los mismos lugares que habíamos visto el día anterior y muchos otros que no alcanzamos a volver a ver y que definitivamente merecen otra visita (me iría mañana mismo!).

En nuestra segunda visita a la torre Eiffel, esta vez de día, pudimos verla desde otra perspectiva. La noche anterior la habíamos mirado desde el Palais de Chaillot, al otro lado del Sena. Esta vez la vimos por detrás, desde el Champ de Mars (donde está la escuela militar). Qué belleza....

Una vez que regresamos al punto de inicio del tour en la rue de Rivoli, nos fuimos caminando bordeando el Jardin des Tuileries y entramos al patio del Louvre. No sé, en mi ignorancia, pensé que era un museo cualquiera - mentira, no cualquiera, pero definitivamente no tan espectacular como finalmente era. Qué locura!! El Louvre es como una ciudadela, un fuerte abierto, con un patio ENORME. En algún momento de la historia, en ese mismo lugar, estaba el Palais de Tuileries, pero lo quemaron los extremistas de la Comuna de París en 1871 dejando el patio abierto y despejando la vista en línea recta desde el Louvre al Arco de Triunfo. Averiguamos cuánto costaba entrar y vimos que en las tardes daban descuento, por lo que decidimos regresar en la noche, luego de almorzar en Les deux magots y de chequear los mails en la McOffice.

Partimos hacia St Germain cruzando el Pont du Carrousel, caminando hacia el este bordeando el río en la rivera sur hasta la calle Bonaparte. Por ahí bajamos hasta St Germain de Prés, y al frente estaba nuestro premio: un lindo bistro con sillas afuera, todas apuntando hacia la calle con una que otra mesita adelante. Es una de las cosas que más nos chocó al llegar a París: lo mucho que la gente te mira. Y no te piden perdón, no les interesa. Si estás en frente suyo te miran de arriba a abajo. Para este, nuestro segundo día en esta linda ciudad, ya no sólo estábamos acostumbrados, sino que nosotros estábamos haciendo lo mismo. La posición de las sillas en Les deux magots lo decía todo. Para que mirar a tu compañero de mesa cuando tienes a tanta gente caminando por las calles con quien divertirte! Nos sentamos ahí afuerita y nos tomamos unas cervezas que parecían piscinas y luego Andrés se comió un sándwich club y yo una omelet y una ensalada de tomates tan rojos que les tuve que sacar foto. Ñam! Una vez satisfechos, caminamos hacia el metro Mabillon donde agarramos el tren al hotel. Eran unas pocas cuadras pero estábamos cansados con tanta caminata.

En la tarde, después de los deberes, partimos al Louvre otra vez, con su impresionante pirámide de 666 cristales. ¿Han leído ya el Código Da Vinci? Bueno, total que la entrada no costaba gran cosa y no había ninguna cola para entrar a las galerías permanentes (había una colaza para la exhibición del momento pero hay tanto que ver en las otras galerías - incluida la Mona Lisa y la Venus de Milo - que decidimos partir por ahí). Qué edificio más inmenso, por Dios! No había forma de verlo todo. Escogimos el ala Denon, donde estaba la gran galería (y la Mona Lisa) y no nos arrepentimos. Nunca pensé que me impresionaría tanto ver las pinturas que alguna vez estudié en Historia del Arte. Una tras otra, colgadas de la pared, pinturas con tanta historia; sus autores, nombres tantas veces escuchados. Nos habían dicho que la Mona Lisa no nos sorprendería, que era mucho más chica de lo que se imaginaba uno, que con suerte la veríamos pues las hordas de gente que la iba a ver eran tantas que hacías cola para tener un tête-à-tête con la dama de la sonrisa misteriosa. Pero no fue así. Claro que había gente, pero nunca tanta. Estuvimos parados directamente en frente de ella varios minutos, tratando de ver a quién nos hacía recuerdo... divertido pensar que cuando se la robaron, sospecharon que Picasso podría haber estado involucrado! Y que años después un boliviano le tiró una piedra dejándole una marca en el codo! Pero ya no la puede dañar nadie: está resguardada por un vidrio antibalas.

Más impresionante que la Mona Lisa es el cuadro que cuelga directamente en frente de ella: Le nozze di Cana, de Veronese. Es una pintura enorme, de unos 10 x 7 metros y a full color. El tema de casi todas las obras de esta galería era claramente religioso. La Iglesia mandó a hacer muchas de estas pinturas (financiándolas) pero no siempre era el tema predilecto del pintor. Además algunas son tan colorinches que si fueran pintadas hoy diríamos que son kitsch. Pero el arte no es sólo lo que se ve; es también lo que nos dice de la época en que se creó y del autor. Con eso en mente recorrimos el resto de la gran galería y el resto del ala Denon. En muchos de los lugares no se permitía sacar fotos pero pudimos fotografiar la Victoria de Samothrace y la Venus de Milo (para nombrar las más famosas). Es realmente un privilegio poder fotografiar esculturas de cientos de años en una luz tan maravillosa como la que entra por las ventanas del Louvre. Además de ser un excelente ejercicio para estos fotógrafos aficionados, armados con mi camarita digital - con la que sólo sacamos fotos en manual. Es genial poder ir cambiando los settings y ver de inmediato el resultado, el efecto que tiene cambiar la velocidad de la película, la apertura del lente... muy entretenido.

Cuando salimos del Louvre ya se estaba poniendo el sol, en medio del arco de triunfo de Carrousel (un arco de triunfo más chiquito que queda en frente del Louvre). Ya era muy tarde para entrar al Jardin des Tuileries por lo que caminamos otra vez hacia St Germain, esta vez bajando por la calle de la Moneda de Paris que hedía a orina (buaj!), hasta que encontramos un restorancito que nos tincó y ahí nos instalamos a comer. De ahí navegamos por las callejuelas del 6º arrondissement hasta encontrar un bar choro, y me tomé una copa de champagne con esencia de rosa que estaba increíble. Ya de vuelta en mi cama en el hotel, empecé a leer el Código Da Vinci. Y creerán (los que no lo han leído) que empieza en el Louvre? Pues, para qué les cuento mi emoción de JUSTO HABER ESTADO AHÍ HORAS ANTES!!

Al día siguiente, después de la rutina matutina en la McOffice, tomamos el metro hacia el norte de la ciudad, a la Basílica de Sacre Coeur. Diseñada por Abadie, completada en 1914 pero no consagrada sino hasta después del final de la 1ª guerra mundial cuatro años después, es una basílica de estilo romano-bizantino que está sentada sobre el punto más alto de París: Montmartre. Para llegar ahí tomamos el metro hasta Anvers y de ahí empezamos a caminar hacia la salida para caminar hasta el funicular que nos llevaría hasta la cumbre. Camino a la salida vimos que un montón de gente esperaba al lado de un ascensor. Decidimos tomar el ascensor con ellos, sin saber a dónde nos llevaría, pero resultó muy buena movida porque para salir de esta estación de metro hay que subir MUCHAS escaleras. Montmartre está en el arrondissement 18 y desde su cumbre se tiene una de las mejores vistas de París (una de las mejores, porque la de la torre Eiffel me parece mejor... más sobre esto más adelante).

Camino al funicular encontramos un barcito donde nos sentamos a tomar una 1664 (la cerveza que no nos había gustado en nuestra primera noche, ¿recuerdan?), sentados al lado de una pareja muy hippie de California. Él tenía el pelo y la barba largos, con anteojitos para el sol redondos y chiquitos, tipo John Lennon, y vestía una camisa multicolor tie-dye. Ella, nativa, canosa de pelo largo amarrado en una cola, con unos aretes espectaculares. Conversamos poco rato y luego nos volvimos a encontrar con ellos en tres o cuatro ocasiones durante el resto del día. Tanto que ella nos sacó una foto después de uno de los encuentros, en una de las mil crêperies que hay en el pueblito de Montmartre.

El funicular nos llevó el resto del trayecto hasta la cumbre desde donde gozamos la vista de París, identificando los techos más conocidos ayudados por una práctica foto numerada que hay en el mirador.

La basílica en sí es realmente linda, blanca e imponente, y su estilo arquitectónico, aunque la iglesia fue construida hace no tanto, deja la impresión de que ha estado ahí por muchos más siglos.

El pueblito a su izquierda es una monada, aunque nos sentimos acosados por los artesanos que te persiguen para pintar o dibujar tu retrato. Provocaba decirles “tschüss” como a las ardillas. Encontramos una galería de arte con la obra de Dalí y Picasso pero Andrés encontró que si el Louvre costaba sólo 6 euros, pagar 10 por una galería pichiruchi no valía la pena. Algún día volveré...

Decidimos bajar a pie el cerro y respirar el aroma de los jacarandas... mmmm... pura primavera, y en vez de tomar el metro, cruzamos el Boul. de Rochechquart hacia el 9º arrond. donde visitamos la sinagoga más vieja de París y las Galeries La Fayette, una especie de Macys, que tiene un domo de cristal a colores que es impresionante. Ya agotados, pues Andrés estaba cargando la mochila con la cámara de cine y toda su película, decidimos tomar el metro en St Lazare hasta la torre Eiffel, para nuestra tercera y última visita (esta vez hasta la punta).

La cola para subirla a esa hora, el atardecer, no era tan grande; en veinte minutos estábamos a bordo del primer ascensor. Pero la cola para el segundo ascensor, que nos llevaría a la punta, sí que fue larga. Me dolía tanto la espalda cuando por fin nos encontramos en el mirador abierto, junto con otros miles de turistas. Pero la vista desde ahí me curó todos los males. Con el sol ya dorado, próximo a ponerse, el Sena resplandecía y los edificios color crema que hay por toda la ciudad se veían anaranjados, con sus contornos perfectamente delineados por la sombra del atardecer. Creo que ahí me terminé de enamorar de París.

Luego de la larga cola para bajar otra vez al segundo piso de la torre, decidimos terminar de bajarla a pie. Qué brutos que no nos dimos cuenta que estábamos nada más en la mitad de la torre... pensábamos que estábamos mucho más abajo. Cuando terminamos de bajarla ya no podíamos mover los pies... Gateando, fuimos a tomar el Batobus (un barquito que te lleva por el Sena que te puedes subir y bajar en cualquiera de sus paradas), pensando bajarnos frente al hotel. Ya no teníamos casi plata - nos faltaban 2 euros para pagar el ticket. Con el problema de la tarjeta de crédito, todo lo teníamos que pagar con efectivo y volaba de nuestras billeteras, qué horror. Ahí se da uno cuenta de lo que está gastando... sino, con la tarjeta es demasiado fácil. Lamentablemente el último barquito había zarpado cinco minutos antes de llegar. Un poco aliviados porque no sabíamos de donde sacaríamos para el ticket, pero también apenados porque ya no había mucha oportunidad de hacer el viaje en barco (y odiando tener que subir las escaleras del malecón a la calle y cruzar el río para agarrar el metro), nos dispusimos a movernos en dirección al Palais de Chaillot. Ya no jalábamos. Las piernas las teníamos súper adoloridas y mis talones, con la inflamación, parecían estar incendiándose. Pero logramos llegar a la terraza del palacio, y nos sacamos una súper foto con la torre atrás. Llegamos casi gateando al hotel esa noche.

Decidimos ir a chequear mails al McDo y a comer por ahí cerquita. Terminamos saliendo a comer retarde pero encontramos un restaurancito a dos cuadras donde comimos muy rico. De ahí, a la cama rendidos!

Nuestro último día en París, viernes, teníamos una conferencia telefónica con México justo en la mitad del día. Esto nos obligó a salir temprano a recorrer el barrio donde nos habíamos quedado, el quartier latin, que irónicamente era el que menos habíamos caminado. Visitamos esa mañana el Jardin des Plantes, donde saqué muchas fotos para compartir los hermosos jardines con mi mamá, la Place de la Contraescarpe, una plazoleta hermosa rodeada de bares universitarios, y el Panteón, impresionante porque está en medio de la calle, como si nada y es un tremendo edificio (donde están enterrados Victor Hugo, Voltaire, Emile Zola, Rousseau, Marie Curie, entre otros) modelado como el panteón de Roma. Es fuera de serie.

Pasamos por el lado de La Sorbonne y cruzamos hacia el Palacio de Luxemburgo cuyos jardines son una verdadera maravilla. Tienen sillas a todo su alrededor y la gente viene a comer sus sándwich, a leer, pensar, “almorzarse” como dice la Ufa, y a gozar de las hermosas vistas. Ya apurados porque se acercaba la hora de la conferencia, corrimos hacia St Sulpice, una iglesia casi del mismo tamaño que la catedral de Notre Dame que tiene una fama de misterio e intriga por ser supuestamente la sede de una secta secreta (para mayor información, lean el Código Da Vinci, que está basado en esta teoría).

Corrimos al hotel a hacer la conferencia telefónica, la que duró mucho menos de lo esperado, y partimos hacia el Centro Pompidou, un edificio ultramoderno que es la casa del museo de arte moderno de París, donde nos íbamos a encontrar con Alastair, primo de nuestra amiga Marina, a tomar un trago. Resultó que justamente era el día de su cumpleaños, por lo que después de unos vinos, fuimos a Le Marais a seguir el festejo. Esa noche Alastair nos contó de las raíces gay del barrio judío. Y claro, de noche se nota mucho más. Por doquier hay bares y clubes gay, con todos los hombres guapos de la ciudad, ultra bien vestidos, pasándola fenomenal. En el bar donde nos encontramos con los otros amigos de Alastair conocimos a otro grupo de gente y se armó la fiesta. Alastair nos había invitado a ir a cenar con él y sus amigos pero a Andrés le dio pena caerle de paracaidista y decidimos quedarnos en el bar e ir a cenar por nuestra cuenta. Pero sentí que Alastair quedó un poco enojado con nosotros por no acompañarlo, después de habernos llevado hasta este bar, y decidimos finalmente encontrarnos con él en el restaurante.

Nos dio instrucciones de cómo llegar pero no tenía donde apuntar y se me olvidó por completo el nombre de la calle. Sólo sabía que teníamos que ir por la rue du Faubourg. Pues terminamos pasándonos y llegando hasta la Place de La Nation... yo con tacos ya no podía más. Pero al final nos encontramos y comimos y bebimos delicioso en este restaurante de la calle de Citeaux. Al final de esa excelente jarana, nos tomamos un taxi de regreso al hotel.

El sábado por la mañana hicimos las maletas, chequeamos emails y partimos al Gare du Nord a tomar el tren a Londres. Teníamos mucha nostalgia en nuestro viaje en el metro pero de repente se subió un viejo con un parlante y enchufó su micrófono, apretó play y se largó a cantar Guantanamera! Y con acento francés francés - es decir no habla ni jota de español!! Jamás nos esperábamos un show de despedida!! Estuvo genial, cantamos a coro con él (él feliz, por supuesto), y pedimos un encore. De cierre cantó “Down by the Riverside”, por supuesto sabiéndose la letra fonéticamente, y nos desternillamos de la risa con su versión de esta canción (ain gonna sadi wo no mo....). Fue el broche de oro a una de las mejores semanas de nuestra vida.

Continuará...

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