Sunday, May 21, 2006

EUROPA: De Toronto a París

Llegamos de vuelta a Toronto hace sólo 4 días y ya los días pasados en Europa parecen haber sido un sueño. ¿Por qué pasará esto cada vez que uno viaja? Antes de olvidar los detalles de nuestro viaje, y ayudada por fotos y boletas, lo intentaré reconstruir aquí para compartirlo con ustedes. Nuestro primer viaje a Europa juntos.

Luego de la locura de la semana anterior al viaje, en la que trabajamos de intérpretes en la conferencia internacional de investigadores de fugitivos, partimos rumbo a Suiza a la medianoche del jueves, 4 de mayo. Agotados por el trabajo, que había terminado esa misma tarde, y por el trajín de los preparativos para dejar la agencia de traducción en manos de nuestra fiel colega y amiga Marie Jo, nos tomamos unas pastillitas mágicas, adelantamos nuestros relojes cinco horas y rápidamente nos quedamos dormidos. Ni Andrés ni yo, generalmente viajeros nerviosos, sentimos miedo o nervios con el despegue o la turbulencia. La razón fue la mezcla de cansancio y expectativa.

Despertamos una hora antes de aterrizar en Londres, donde tomaríamos el vuelo de conexión a Zürich. El aterrizaje tampoco nos puso nerviosos. Nuestra tranquilidad ayudó a meternos en onda de vacaciones. ¡No podíamos creer que estábamos finalmente en Heathrow! Encontramos un restaurant que servía desayuno, pese a que en Londres eran ya las 12 del día. Andrés y yo compartimos un platazo de huevos revueltos, tostadas, frijoles y champiñones. Mientras yo opté por un café, Andrés decidió que qué mejor manera de acostumbrarse al cambio de hora que hacer lo que los londinenses estaban haciendo: tomar cerveza.

Andrés compró una tarjeta de celular prepagada con un número de teléfono londinense. Nos pareció carísima pero era la única manera, pues Marie Jo tenía que poderse comunicar con nosotros. De ahí corrimos a tomar el avión a Zürich, que salía a un cuarto para las dos de la tarde.

El vuelo de Londres a Zürich es cortito – menos de dos horas. Llegamos al Flughafen Zürich a las 4 y media y adelantamos nuestros relojes una hora más. En el aeropuerto se respiraba serenidad. Ultra moderno, con mucha madera lustrada, metal y vidrio, no tenía nada que ver con la locura de Heathrow. La gente caminaba en silencio y el único ruido que se escuchaba era el de los zapatos contra el piso. Después de pasar rápidamente por inmigraciones – donde tuvimos que pedir que nos estamparan el pasaporte (¿Primera vez en Suiza? nos preguntó el oficial.) – divisamos a la Mamina que nos esperaba con una rosa y los brazos abiertos. ¡Qué rico apachurrarnos después de casi seis años!

En el auto nos tenía chocolates, jugos y agua del Migros para el “Tour de Suisse” al que nos llevaría antes de emprender rumbo hacia Berna. Partimos con lo que pensamos sería una vueltita a Zürich, pero entre el tráfico del rush hour y lo enredado de las calles – donde nunca podíamos doblar hacia donde queríamos ir y terminamos dándonos mil vueltas para llegar a la carretera de salida – la “vueltita” terminó atrasando nuestra llegada a Lucerna por un par de horas. Mientras que Zürich era moderna y bulliciosa, Lucerna era mucho más turística y pintoresca. Estacionamos el auto y caminamos al borde del canal, por las callecitas retorcidas de adoquines, cruzando el famoso puente Kapellbrücke que data de 1333 y que los japoneses ayudaron a reconstruir en los 90 después de que un incendio lo destruyó, pues es tradicional que las novias japonesas se saquen fotos en ese puente. Ya había oscurecido cuando cruzamos el puente y es un poquitín siniestro porque es entero de madera, techado y en las luces del techo se veían telas de araña gruesas de las que colgaban unas arañas gigantes!! La Mamina y yo lo cruzamos notando los cartelitos de no fumar que se habían puesto después de la reconstrucción, mientras Andrés se quedó atrás sacando fotos. Después de unos minutos lo divisamos cruzando el puente – con su cigarrillo encendido y muy calmado!! Obviamente no había puesto mucha atención al cuento del incendio…

Buscamos como locos el restaurant que había recomendado la Susanne, pero luego de seguir las indicaciones de dos residentes despistados, terminamos en un restaurant diferente, uno italiano, donde comimos riquísimo.

De ahí nos fuimos de regreso al auto, deben haber sido como las 10 de la noche. Ya era muy tarde para cruzar el paso del Brünig así que la Mamina optó por la autobahn y manejó las casi dos horas hasta Münsingen mientras Andrés, rendido por el jet lag, roncaba en el asiento de adelante, y yo – apenas logrando mantener los ojos abiertos – le conversaba a la Mamina para que no se quedara tampoco dormida. Fue un verdadero alivio llegar a su casa al fin, donde nos despabilamos un poco y nos sentamos a compartir una copita de vino con Jakob, que nos esperaba en pie junto con David y la Mitza. Al poco rato llegó Susanne también. Qué increíble fue ver a mis primos, ya adultos. En sus caras y gestos reconocí los sellos familiares e inmediatamente me sentí “en familia”. Finalmente nos fuimos a dormir a eso de las 2 de la mañana… le habíamos sacado el jugo al día, a pesar del jet lag pero ya estábamos quedándonos dormidos sentados. Ni sentimos los aullidos de la Mitza – quien se pasa las noches llorando como un bebe.

El día siguiente, sábado, Jakob nos hizo a todos un increíble desayuno. Esa mañana conocimos a Tom, el novio de Susanne, que me pareció un chico muy simpático y maduro. Nos desratizamos y partimos con la Mamina en el tren a Berna. Los brutos sólo llevábamos euros, olvidando por completo que Suiza no era parte de la Unión Europea. Ahora nuestras tarjetas del banco no funcionaban y la tarjeta de crédito requería de una contraseña para sacar plata en moneda local. Finalmente logramos sacar plata con mi tarjeta de crédito, pero sería sólo el comienzo de nuestros problemas con las tarjetas. Si no se viaja, es difícil darse cuenta de la necesidad de estandarización que existe en este mundo. Los enchufes en Inglaterra, por ejemplo, son diferentes a los de Francia y Suiza. Ya sabíamos que la corriente era diferente y nos habíamos traído un kit de transformador y adaptadores para enchufar nuestros aparatos electrónicos, pero no teníamos idea que en Inglaterra se usan enchufes de tres patas. Encima, en Francia las máquinas por donde pasan las tarjetas de crédito leen el chip en vez de la banda magnética - no hay necesidad de firmar nada, pues todos usan su PIN en las máquinas portátiles para autorizarlas. Los WC no tienen palanca sino botones, a veces uno grande y otro chico, dependiendo de cuánta agua se necesite para vaciarlo, y en Inglaterra tienes que prácticamente bombear e agua del WC para tirar la cadena – en vez de bajar la manilla una vez, lo tienes que hacer varias para conseguir el flujo de agua deseado!

La ciudad de Berna nos pareció de cuento, con callecitas y torreones, relojes con personajes que al dar la hora se animaban. Además que la primavera estaba en pleno, todo floreado, tulipanes de todos colores por todas partes, y todo verde. Los jardines eran una maravilla. Nos paseamos la ciudad con la Mamina, visitando a los osos símbolo de la ciudad (bear = berne), tomándonos un cafecito en uno de los muchos cafés abiertos en las calles. También fuimos al Migros – visita obligada – a comprar shampoo y otras cosas que nos habíamos olvidado. Jakob nos dio el encuentro y partimos a un restaurant a comer Rösti, un plato típico de Suiza, hecho con papas ralladas y queso y lo que se quiera poner encima. Se sirve en el plato en el que se horneó. Estuvieron de película.

Después de la comida, partimos a encontrarnos con los chicos, quienes nos esperaban en el teatro donde veríamos un show de música folk irlandesa. Al final, el show no tenía mucho de irlandés… era más bien un show de danza moderna con toques de riverdance, y los bailarines dejaban mucho que desear… la Mamina estaba furia, y con justa razón. Los chicos empezaron a molestarla preguntándole si les iba a escribir una carta quejándose, pues al parecer la Mamina no se queda callada si algo no le parece. Me dio risa porque yo hago lo mismo. Mono que no llora, no mama. En el intermedio decidimos no quedarnos para la segunda parte y partimos los 7 a una cervecería local donde nos tomamos unas chelas y pasamos una rica noche, riendo y conversando, conociéndonos un poco más con los primos y con Jakob. Otra vez nos acostamos tardísimo esa noche. Susanne horneó unos brownies al llegar a la casa y nos quedamos hasta las 2 de la mañana conversando y tomando vino. Esa noche sí escuchamos los aullidos de la gata… ¡qué horror! No sé cómo duermen con ese barullo.

El domingo, día del “no-cumpleaños” número 50 de la Mamina, nos despertamos tarde. Después del desayuno, animado por la “búsqueda del tesoro” en la que David mandó a la Mamina para encontrar su regalo, nos fuimos a Thun a tomar el barco a Interlaken. Ya era bastante tarde por lo que no tendríamos más que 20 minutos para pasear en Interlaken, pero el viaje en barco ya era panorama suficiente para nosotros. Nos equivocamos con la hora de salida del barco y tuvimos que hacer hora caminando por el borde de un riachuelo. El olor de la flor de la pluma impregnaba el aire y nos divertimos mirando a los patos, las casas preciosas al borde del río… todo era perfecto.

El viaje en barco fue delicioso. Al principio llovía así que nos metimos al comedor del barco y nos tomamos un goulash con pancito… deli. Pero al poco rato salió el sol y salimos a cubierta a gozar del paisaje. ¡Qué maravilla de paisaje! El día nos tocó dramático: unas nubes gigantes por las que se asomaba un sol espectacular. El paisaje era de ensueño: montañas perfectas, acantilados, un lago con aguas turquesas, casitas perfectitas, vacas y ovejas con sus cencerros pasteando en la orilla del lago – una maravilla. Fue delicioso compartir esas horas en el barco con los primos, conversar harto y conocernos. Sacarnos fotos, filmar un poquito, y conversar por teléfono con mi mamá y la Karla que llamaron a felicitar a la “no-cumpleañera”. Después del delicioso paseo, volvimos a la casa, pasando antes por el departamento de los novios. El departamentito es una monada, en el último piso de una casa campestre, con su balconcito donde obligadamente tienen que poner macetas con flores, como parte del contrato de arriendo. Fue super lindo poder conocer el lugar donde Susanne y Tom vivirán juntos después del matrimonio en septiembre. Nos despedimos ahí de Tom pues ya partíamos a París al día siguiente y no nos volveríamos a ver. Susanne no comería con nosotros esa noche pero nos acompañaría a Berna a la mañana siguiente a tomar el tren a Ginebra. Volvimos al departamento donde Jakob y la Mamina nos cocinaron un delicioso raclette y nos sentamos con David, los cinco, a comer muchas papas y queso con hierbitas y especias, y a compartir una botella de vino de la viña Arana – MUY RICO.

Preparamos las maletas pues al día siguiente partiríamos tempranísimo a tomar el tren a Ginebra. Enchufé con el transformador el cargador de pilas para la cámara, pero no me fijé que el transformador era sólo para secadores de pelo y lo quemé… carajo. Después la Mamina encontró uno viejo que tenía. Felices pusimos a cargar las pilas pero cuando pasaban las horas y las luces no se apagaban, nos dimos cuenta que era para otro tipo de pilas… ¡merde! Finalmente decidimos comprar pilas desechables en Ginebra. Entre aullido y aullido de la Mitza, nos quedamos zeta.

El lunes por la mañana nos despertamos tempranísimo. Después de un desayuno relámpago nos despedimos con un abrazo de oso de David y partimos con Jakob a la estación del tren. Susanne nos dio el encuentro ahí. Nos despedimos de Jakob felices de haberlo conocido. Me pareció un hombre super bueno, que quiere mucho a la Mamina y que es un buen compañero, ayudando en todo siempre. Se nota que, pese a haber pasado por momentos fregados, se tienen mucho amor, y se lo expresan cuando se miran a los ojos. Fue lindo verlos así.

Viajamos a Berna con Susanne y la Mamina, y en la estación del tren nos despedimos de mi prima. Fue un gusto haber podido compartir aunque fuera unos días con ella y David. Los dos nos cayeron super bien y la sensación de estar en familia fue muy rica.

El tren a Ginebra salió a las 9 de la mañana. El día estaba gris y el paisaje cubierto de neblina. La Mamina me había hecho unos huevos duros pero me los guardé para el tren a París. Cuando llegamos a Ginebra, a eso de las 11 y media, había empezado a lloviznar. Empezamos el tour de Ginebra en el Migros, donde compramos paraguas, quesitos y pilas para la cámara. Nos fuimos caminando hacia el lago de Ginebra, buscando además la calle típica de tiendas. En el lago vimos el jet d’eau famoso, que originalmente había sido mucho más chico, y tenía el propósito meramente utilitario de liberar la presión del agua mientras se construía un embalse. Hoy es un impresionante chorro que lanza el agua 140 metros al cielo y es un ícono de la ciudad.

Caminando por el borde del lago, cruzamos el Pont du Mont Blanc hacia la rue de Rive, donde están todas las tiendas, y por donde pasean los banqueros en sus trajes de raya diplomática y sus zapatos de mil quinientos dólares. Como nos contaba la Mamina, debe ser durísimo vivir en Ginebra y no tener plata porque todos se visten como modelos y todo es carísimo.

Paseamos por la parte antigua de la ciudad hasta encontrar un restaurant donde invitamos a la Mamina a almorzar. Los meseros del restaurant eran unos antipáticos, pero la comida estuvo riquísima. Los gnocchi que se pidió Andrés estaban tan ricos que los inmortalizó en una foto. Nosotras comimos pizza, también deli, y los gorriones que nos vinieron a “gorrear” nuestra comida (super atrevidos), se sirvieron un banquete de los restos de la corteza de la pizza.

De ahí, fuimos al correo a enviar una postal a los Clunies, nuestros amigos que estaban cuidando a Lucas, y una a nosotros, para tener de recuerdo al regreso. Nos tomamos el bus hasta el Palais des Nations de la ONU, que jurábamos era la sede principal, y de ahí de vuelta a la estación del tren a dejar a la Mamina que se iba a tomar el tren a Thun. Nuestro tren a París no salía sino hasta las 6 así que teníamos una hora y media para seguir turisteando, pero optamos por sentarnos en el patio de un bar a tomarnos una cerveza pues estaba empezando a llover más fuerte y me dolían mucho los pies (tengo una inflamación a los ligamentos de los tobillos que me quedó del embarazo). Las únicas otras personas que estaban sentadas en el patio eran tres hombres con un bebé en un cochecito. A los pocos minutos de sentarnos en el patio del bar, se acercó un tipo a pedir cambio. Los hombres sentados a nuestro lado lo mandaron a freir monos, el tipo reaccionó con groserías y los tres se pusieron de pie y se desató una pelea. Finalmente, el que había pedido el cambio les dijo a los otros, en árabe, que “ya verían” y se puso a llamar por teléfono a la policía. Total que la policía llegó pero se fue al restaurant equivocado, y el tipo que los llamó estaba furia! Tuvo que salir corriendo a buscar a los oficiales y traerlos al local. Entre tanto, el chico que atendía el local se desapareció y nos quedó claro que uno de los otros tres era el dueño del bar y que había una onda muy extraña… ¿por qué se había desaparecido el mesero? Apenas se fue la policía, el chico reapareció… hmmmm….

En fin, después de ese espectáculo, decidimos buscar un cibercafé para chequear los emails. Mientras estábamos sentados leyendo nuestro correo, se largó a llover torrencialmente. Bueno fue que compráramos paraguas! Partimos en la lluvia hacia la estación del tren. A pesar de que no había realmente un oficial de inmigración, sí había que mostrar el pasaporte y el billete del tren. A las 6 partimos a París, un viaje de hora y media. A pesar de lo feo del día, nos tocó ver una puesta de sol espectacular. En el tren nos comimos un delicioso sandwich de jamón en baguette y nos tomamos unos tecitos. Yo además me comí mis huevos duros y uno de los quesitos.

Llegamos a París a las 9 y media, al Gare de Lyon. ¡No podíamos creer dónde estábamos! ¡Qué emoción! Saqué mi mapa del hotel que había impreso con las instrucciones para tomar el metro al hotel. La verdad es que la guía del metro que había impreso en Toronto se veía mucho más complicada de lo que en realidad era. Lo que sí no sabíamos era lo estrecho de todo. Si eres gordo estás sonado. Pasar con la maleta por los torniquetes del metro fue toda una aventura. Llegando nos compramos un carnet de 10 tickets, haciendo caso al consejo de Carmen, una buena amiga que nos había dado muchos datos para París. El metro de París tiene más de 100 años y es un laberinto de túneles y escaleras. Felices de haber llevado sólo una maleta cuando nos dimos cuenta de la cantidad de escaleras que hay que subir y bajar para ir de una línea a otra, llegamos al hotel Libertel Austerlitz, a dos pasos del metro Austerlitz.

Continuará...

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