Saturday, May 27, 2006

EUROPA: De Londres a casa...

Alastair nos había recomendado llegar al Gare du Nord con al menos media hora de anticipación, así que eso hicimos. El Eurostar salía a la 1. Nos pareció increíble el despliegue de seguridad en la estación del tren. No sé si será lo mismo si viajas de Francia a España, pero viajar a Inglaterra era como ir a los Estados Unidos, ni más ni menos.

En el tren los asientos estaban ordenados de a dos, mirando hacia adelante, y algunos sets de cuatro asientos mirándose los unos a los otros, para viajar en grupo. No esperábamos que nos tocara este tipo de asiento, pero cuando llegamos a nuestros asientos vimos que tendríamos que mirar a la cara a una pareja de viejujos todo el camino. Pues nada, los saludamos muy amablemente y en su acento británico nos saludaron de vuelta.

Él tenía una cara tan divertida que parecía de mentira. El pelo blanco, un poco despeinado; los ojos verdes, grandes, muy separados y medio saltones, una nariz enorme con la punta gorda y llena de cicatrices, y - por supuesto - los dientes típicos del inglés, chuecos, manchados y quizás demasiados para el tamaño de su boca. Entre lo chueco de los dientes y lo highbrow de su acento, al comienzo nos costó mucho entender lo que nos decía, pero conforme nos íbamos acercando a “El Londres”, cada vez se hacía más claro. Ella era una mezcla entre la reina Isabel y la Pat Vincent: los ojos hundidos, los pómulos prominentes, los labios delgados. La definición de ingleses. Nuestra lata de tener que compartir el viaje rápidamente se esfumó. Conversamos todo el camino de política, historia, museos, viajes, lingüística... en fin, eran ultra cultos y viajados y MUY simpáticos. Ellos se comieron sus sándwiches y nosotros los nuestros y nos reímos todo el camino.

El Chunnel no fue nada espectacular. Es un túnel común y corriente. En los veinte minutos que demoró cruzarlo, no pensé ni una vez que qué nervios que estábamos debajo del agua. Encendí mi laptop y trabajé hasta el final del viaje, mientras Andrés y estos señores copuchaban de lo lindo.

Llegamos a Londres a las 3 de la tarde. Atrasamos los relojes una hora, agarramos las maletas y partimos al Underground a tomar el tren al hotel. Sabía en qué estación teníamos que bajarnos pero no había apuntado cómo llegar ahí desde Waterloo, que era la estación donde estábamos. Cambié los pocos euros que me quedaban por libras y fuimos a la boletería automática a ver si nuestras tarjetas de crédito habían vuelto a funcionar. Aunque la de Andrés no, la mía SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!!!!!!!!!!!!!!!! Qué emoción!!!

No sabíamos qué tipo de boletos comprar. Allá los dividen por zonas y qué sabía yo cuántas zonas viajaríamos. Optamos por comprar un pasaje de ida nada más, los que nos costaron 8 libras!! Es decir, casi 16 dólares y medio por dos pasajes de metro... qué horror. Pero como no íbamos a probablemente ir a ningún lado en metro esa tarde, pensamos que no valdría la pena comprar el ticket para el día. En fin...

Vimos que desde Waterloo había que tomar el tren de la línea Bakerloo hasta Embankment y ahí cambiar de línea a la Circle Line, la que nos llevaría hasta nuestra estación: Bayswater. Parecía sencillo. En Embankment seguimos los letreros hasta la Circle Line westbound, la línea amarilla y cuando llegó el tren, nos subimos. Pero rápidamente nos dimos cuenta que el tren no era Circle sino District, la línea verde. Pero cómo?? Pues resulta que algunas líneas comparten andén... GRRRRRRR.

Vuelva a bajarse con las maletas. Por lo menos no teníamos que cambiarnos de plataforma. Ahí vimos que tenían unos cartelitos que anuncian qué tren viene y cuándo va a llegar. Les diré que incluso con ese cartelito y armados del mapa del Underground, no fue la última vez que por apuretes nos subimos al tren verde en vez del amarillo...

Fue un choque cultural para estos wannabe parisinos cuando salimos de Bayswater a la calle. Habían tipos con carteles publicitando restaurantes, otros con carteles publicitando hoteles, una bulla y locura... Y nosotros, recién llegados con nuestras maletas, tratando de ver para dónde había que caminar hacia el hotel... pues era obvio que éramos turistas y eso nos hizo un blanco perfecto. Después de navegar por el mar de gente que había en la calle, y haciendo caso a la orden marcada en la calle de mirar a la derecha antes de cruzar (cuántos turistas morirán atropellados en Londres por mirar al lado equivocado?!), fuimos al Tesco (como un mini market) a comprar agua y unas cervezas. De ahí, a caminar las cuatro cuadras al hotel.

El hotel era mucho más grande que el de París, aunque el ascensor era enano. Nuestra habitación quedaba en el primer piso (el segundo piso para los norteamericanos) y tenía piscina! Pese a nuestro entusiasmo inicial por lo de la piscina, y a haber llevado nuestras ropas de baño y hasta goggles, no la usamos ni una vez. Lo que más nos interesaba era el wireless pero ya vimos que había que pagar 10 libras por día y como estábamos multiplicando por 2,3 para convertir a dólares, nos pareció una burrada de plata. Al final de cuentas valía más la pena encontrar un Internet café.

Nuestra pieza tenía el techo altísimo y una salida al balcón. Esa noche conocimos a nuestro vecino, que también tenía acceso al balcón, un español de Granada que viajaba con su mujer. Total que el pata era traductor también así que hasta hicimos un buen contacto!

Mi única queja con esta pieza era que la alfombra y la cortina estaban inmundas. Pero en fin, no íbamos a pasar mucho tiempo ahí y llevábamos pantuflas así que no era problema. Desempacamos la compu, la aseguramos con el candado, nos cambiamos de ropa (hacía frío!) y partimos a caminar por el barrio del hotel. Para empezar, el barrio entero era un hotel tras otro. Todos igualitos. Fue un milagro que encontráramos el nuestro dado que los números de la calle son para confundir a cualquiera!

A tres pasos del hotel había una tienda, una botillería, un Internet Café y dos restaurantes. Estábamos MUY bien ubicados. Lamentablemente el Internet Café estaba siendo renovado y pese a que nos prometieron que para el lunes estarían abiertos, no creo que los vimos abrir antes de partir a Toronto. Pero la verdad es que no importó mucho: a cuatro cuadras estaba la calle Queensway, donde estaba el metro, mil tiendas, Whiteleys (un centro comercial) y puerta por medio era un cibercafé. Para la escasez que había en París, nos dejó súper sorprendidos. El más barato que encontramos costaba 50p por media hora y eso era todo lo que necesitábamos, al fin y al cabo era el fin de semana. Seguimos caminando al norte por Queensway, encontrando un Starbucks donde trabajaba un pata colombiano muy simpático, y entrando al Whiteleys donde había un Marks and Spencer (ya no teníamos ropa interior!). De ahí seguimos hacia Westbourne Grove y caminamos al oeste hacia Notting Hill. El barrio era muy “hip”, lleno de pubs y a esa hora estaban todos llenos. La gente va al pub después del trabajo y se encuentra ahí con sus amigos, se toman sus chelas en la calle; de hecho a veces veíamos gente parada varios metros más allá del pub con sus chelas en mano, conversando.

Seguimos por la misma calle hasta Portobello Road, donde los domingos hay “mercado”, más como una feria artesanal. Por todos lados habían carteles con advertencias para los turistas de tener cuidado con los carteristas. Las callecitas eran cuchis, pero no podíamos sino compararlas con lo que habíamos visto en Suiza y en Francia y la verdad es que no estábamos muy impresionados que digamos. Creo que el haber estado en países donde no se hablaba nuestro idioma nos había transportado a otro mundo y el volver a hablar en inglés, aunque los autos manejaran por el lado izquierdo de las calles, nos trajo de vuelta al planeta tierra. De repente deberíamos haber partido por Londres... Además ya estábamos cansados de tanto caminar y un poco “overwhelmed” con todo lo que habíamos visto. Tampoco ayudó mucho el clima gris, húmedo y hasta frío de Londres, cuando en París habíamos terminado en polera de manga corta, short y sandalias. Pero, en fin, nos repetíamos que “estábamos en Londres!!” y que había que aprovechar. Nos regresamos hacia el hotel bordeando el norte de Kensington Gardens/Hyde Park, y paramos a comer en un restaurante “Thai” donde no había ni un tailandés.... eran todos chinos. La comida era una porquería pero igualmente regresamos al hotel dispuestos a emperifollarnos y salir a carretear!! Era sábado por la noche en Londres, la capital del carrete!!!

Tanto emperifollo terminó siendo en vano, pues a pesar de que tienen ahora permiso para comprar alcohol en lugares con licencia de 24 horas, los tienderos sólo venden alcohol hasta las 10 y media y los pubs cierran a las 11. Hay que conocer a dónde ir, quién tiene licencia, a no ser que quieras ir a un nightclub y pagar un tremendo cover nada más para entrar. Ya no estábamos para esos trotes después de carretear tan rico en París. Terminamos compartiendo la botella de vino que traíamos de París con el vecino del hotel, copuchando hasta como la medianoche, y de ahí salimos a caminar a ver qué onda, pero rápidamente nos dimos cuenta que no había ni una onda y regresamos a dormir.

Al día siguiente cruzamos Kensington Gardens para ir a la tienda Virgin más cercana a comprar más minutos para nuestro celular londinense. El parque era precioso y estaba lleno de ingleses de todas las edades haciendo deportes, paseando al perro, leyendo y disfrutando del “casi sol”. Había una lagunita, the Round Pond, donde estaban navegando barcos a control remoto... muy lindo y MUY inglés... Después de hacer nuestra diligencia en Virgin encontramos un restaurante y bruncheamos ahí antes de partir al mercado Spitalfields al otro lado de la ciudad. Si hubiéramos ido más preparados, hubiéramos desayunado en el hotel (incluido con el cuarto) y nos hubiéramos ahorrado nuestra platita para comprar pilchas y reliquias en el mercado, pero en fin... ya aprendimos para la próxima.
Después del brunch caminamos por Kensington Church Street hacia el Underground de Notting Hill donde sí compramos los tickets diarios esta vez. Nos salieron casi 5 libras cada uno por día pero teníamos uso ilimitado del transporte público después de las 9 y media de la mañana, por las zonas 1 y 2, las más centrales. Con tickets en mano, partimos a la estación Liverpool Street, en el centro de Londres.

Al salir de la estación del metro, divisamos un edificio con la forma de un enorme huevo de Fabergé. Nos dejó ultra intrigados durante el resto de nuestra caminata porque aparecía y reaparecía entre los edificios. Después nos enteramos que el edificio es conocido como el Gherkin (pepinillo) y que el dueño es Swiss Re, una empresa reaseguradora - no tan interesante como su edificio.

El mercado Spitalfields era como una feria gigante donde vendían todo tipo de cosas, desde anteojos para el sol de la época de la pera (usados) hasta joyas y comida... de todo. Era una bulla y un gentío increíble. Saliendo del mercado y cruzando un par de callecitas torcidas llegamos a Old Brick Lane, que más que estar en Londres nos hizo sentir que habíamos llegado a Bangladesh! Qué gentío!! Habían cerrado la calle para la celebración del año nuevo y era la locura: puestos de mendhi, gente caminando con sus cocos verdes en mano (bebiendo agua de coco verde), una mezcla de olores y colores, y UN MONTÓN de basura por TODOS lados. Nosotros vivimos muy cerca a Little India en Toronto y nunca habíamos visto tanta basura después de un festival de calle. No sé si estaba quizás muy sensible pero me chocó muchísimo. Mi imagen de Londres era tan diferente!!

Luego de guiarnos con el mapa por una de las calles más feas de Londres (y digo una de las más feas porque hubo varias otras), llegamos al Tower Bridge, para cruzar a la rivera sur del Támesis que nos habían dicho sería un lindo paseo. Mi desilusión me había afectado tanto que me tuve que sentar un rato frente al HMS Belfast (un barco de guerra que me hizo acordarme mucho del Elo) a tomarnos un té y a tratar de recomponernos. El té nos hizo muy bien y seguimos nuestra caminata al borde del Támesis, hacia el museo Tate Modern, pasando por las callecitas del malecón, donde en cada esquina podíamos “ver” a Sherlock Holmes. Habían unos edificios antiquísimos en ruinas - en París los edificios que vimos eran mucho más nuevos (Haussmann se deshizo de como 60% de los edificios medievales de París) aunque aún clásicos, pero en Inglaterra vimos unos del año 1300, de los que sólo quedaban fachadas o porciones porque la mayoría se había quemado en el gran incendio del 1666. Pero fue interesante ver el contraste de lo antiguo y lo nuevo. Pasamos por el Globe, el teatro Shakesperiano, que estaba cerrado a esa hora. El teatro original de Shakespeare se quemó en 1613 cuando durante una presentación de Henry VIII dispararon un cañón y este incendió el techo del teatro. Pese a que lo reconstruyeron antes de la muerte de Shakespeare, los Puritanos lo demolieron en 1644. Casi tres siglos y medio después, en 1989, encontraron las ruinas de los cimientos y en el ’93 lo reconstruyeron siguiendo los planos del teatro original. Me hubiera encantado verlo por dentro pues es un poco peculiar (es octagonal) pero quedará para la próxima, junto con varios otros lugares que no alcanzamos a visitar.

El Tate Modern, museo de arte moderno también estaba cerrado, por lo que cruzamos por el Millenium Bridge a la rivera norte y decidimos tomar el Underground a Piccadilly Circus, el Times Square de Londres, donde preguntamos a un tipo adónde podíamos ir a tomarnos un té; su recomendación fue el Hard Rock Café... obviamente no era el guía más indicado.

Tomamos el double-decker a Harrod’s pero también estaba cerrado. Más desilusionados caminamos por Brompton Rd al Museo de Victoria y Albert pero, ¿adivinen qué? ESTABA CERRADO..... Ultra desilusionados y cansados nos compramos nuestra botellita de vino y nos fuimos en el metro hacia el hotel a ver qué hacíamos porque TODO estaba cerrado. Al paso que íbamos hubiera valido más la pena quedarnos en París un día o dos más.

Camino al hotel paramos a cenar en un restaurante italiano en nuestro barrio y a comprar chocolates y nueces para munchear en la habitación. Esa noche me llamó mi mamá. Me hizo un bien enorme conversar con ella porque ella adora Londres (donde para los que no saben pasé dos años y medio de mi niñez). Me contó cuentos de cuando era chiquita, de nuestras caminatas por los parques, de los monumentos, las tiendas de libros viejos... y creo que logró infundir en mí una sensación de familiaridad con esta ciudad que no lograba encantarme. Quería averiguar más de la ciudad y planear el paseo del día siguiente así que decidí pagar las 10 libras del wifi del hotel. Terminé pasándome varias horas tratando de hacerlo funcionar. Grrrr... por qué tiene que ser todo tan complicado?

A la mañana siguiente, lunes, habiendo aprendido nuestra lección, desayunamos en el hotel. Su desayuno continental era un buffet con todo tipo de pancitos, jamones, salames, pepinos, tomates y huevos duros. Nos hicimos sándwiches para más tarde, nos llevamos unos huevos duros para el camino y hasta nos robamos unos pancitos para las palomas. Salimos como al mediodía al final porque tenía un trabajo por entregar y había alguna terminología que quería chequear. Habíamos decidido ir directo al Tate Modern.

Nos tomamos el bus porque el Underground nos pareció demasiado fome, y este nos llevó por el lado norte de Hyde Park hasta el Marble Arch donde dobló a la derecha y bajó por Park Lane (me acordé de ti, Mami, cuando pasamos por el Grosvenor House), cruzando Piccadilly siguió hacia el sur por Grosvenor Place y luego dobló por Victoria y nos dejó justo en frente de Westminster Abbey, el Parlamento y el Big Ben. Qué lindura de edificios!!

En Westminster tomamos el Underground hasta Black Friars y cruzamos otra vez el Millenium Bridge, volviendo sobre nuestros pasos del día anterior, hacia el Tate Modern, una antigua planta de energía que han transformado en un impresionante museo de arte moderno. Éste y el Louvre fueron los únicos dos museos que vimos en nuestro viaje. Desde un principio habíamos decidido caminar las ciudades en vez de meternos a los museos... eso podía quedar para un segundo viaje. Pero tanto nos hablaron del Tate Modern (y bueno, con el Louvre no hay caso... no puedes pasar nada más por en frente) que entramos y hasta pagamos para ver la exhibición que tenían (el resto del museo es gratuito). La exhibición que vimos era de dos artistas, antiguos maestros de la escuela Bauhaus - Albers (alemán), y Moholy-Nagy (húngaro) - que terminaron cruzando el charco y erradicándose en los Estados Unidos en los años 30. Aparte de sus pinturas, había mucha fotografía, instalaciones de video y artefactos, en fin, de todo nuestro gusto. Gozamos como chinos y salimos inspirados. De ahí bajamos a ver la colección permanente, entre la que encontramos obras de Matta, Picasso, Dalí, Francis Bacon, Miró, Man Ray, y muchos otros notables artistas modernistas, surrealistas, y realistas. Algunas cosas eran chocantes, pero otras, como la Llorona de Picasso que tantas veces había visto en mis libros y las diapositivas de la universidad, me dejaron encantada.

Cuando salimos del museo nos fuimos caminando hasta el malecón donde nos tomamos una cerveza, dimos de comer a las palomas, y me comí mi huevo duro...mmm.... Ahí aproveché de hablar con mi amiga Charlotte, con la que nos habíamos quedado de ver, y con Kirstie, amiga de unos amigos de Toronto, con la que habíamos quedado de juntarnos esa noche a cenar comida hindú. Total que con Charlotte quedamos en ir a comer a su casa la noche siguiente, nuestra última noche en Londres. Kirstie, por otra parte, nos explicó como llegar a donde iríamos a comer, cerca de su casa hacia el sur de la ciudad. Tomamos el bus a dos pasos de donde estábamos, al pie del Blackfriars Bridge. Los idiotas cruzamos la calle a tomar el bus sin acordarnos que los autos andan por la izquierda, así que vuelta a cruzar al otro lado para ir en dirección sur. El viaje de 20 minutos nos llevó por unos barrios no tan lindos. Cada vez se iba poniendo más y más “mala” la zona hasta que nos bajamos en un barrio en el que claramente no había que perderse de noche. Llamamos a nuestra anfitriona de la tarde y nos explicó para donde ir, pero le entendí al revés y empezamos a caminar en dirección contraria... muy monga! A diferencia de París, en Londres todos hacen lo posible para NO mirarte. Incluso cuando les tratas de hacer una pregunta. Otra cosa que nos dimos cuenta era que los nombres de las calles son tan confusos (Campberwell Church, Campberwell Street, Campberwell Green están todos en la misma cuadra), que ni los residentes saben los nombres. Ahhhhhh pero TODOS saben donde queda el pub!! Siguiendo las instrucciones de dos transeúntes, terminamos en un pub muy “butch” donde unas chicas más gruesas que Andrés nos indicaron para donde ir. Camino de regreso, esta vez en la dirección correcta, nos encontramos con un español (está lleno de españoles Londres), que nos dijo que el barrio no era tan malo, pero que sí hay algunas cuadras malas. La ciudad es entera así, mezclada, en parte porque los bienes raíces son tan caros que la mayoría de las parejas jóvenes sólo pueden comprar casas en los barrios menos populares. Y así se van “limpiando” y renovando los barrios - un poco como Toronto.

Finalmente llegamos al pub donde habíamos quedado en encontrarnos. Kirstie e Iain nos esperaban con cervezas heladitas. Los dos eran un amor de personas, ella inglesa y él escocés. Conversamos rico con nuestras cervezas y nos dispusimos a caminar unas cuadras más hasta el restaurante hindú. La comida estuvo IN-CRE-Í-BLE. Comimos tan rico que decidimos que a la vuelta tendríamos que encontrar otro restaurante hindú porque el pakistaní al que vamos siempre no le llega ni a los talones a éste.

Después de la comida nos invitaron a conocer su casa. Ahí nos sentamos y conversamos laaaargoooo rato, tomando unos vinos, hasta que llegó la hora de partir. Aunque nos insistieron en que nos irían a dejar al paradero del bus, no queríamos molestar así que fuimos solos, siguiendo sus indicaciones. Una vez en el paradero nos dio un poco de susto porque realmente de noche las cosas se ven más negras. La gente que andaba dando vueltas tenía una pinta de mala. Pero no pasó nada extraordinario, el bus vino y nos subimos al segundo piso a ver pasar a Londres de noche. Apenas cruzamos el río, los barrios se “embellecieron”. El bus nos dejó en Paddington, a unas siete cuadras del hotel. Pero la noche estaba tan linda que no nos importó caminar, además que después de caminar de noche por Campberwell, Bayswater era un lindura.

El último día entero que pasamos en Europa lo estiramos como chicle. Ese día teníamos que hacer una conferencia telefónica con México así que nos compramos nuestras tarjetas telefónicas, ubicamos los teléfonos públicos del hotel (uno al lado del otro) y partimos al London Eye, una rueda de Chicago gigante que queda al lado del Acuario de Londres, desde la que se pueden ver unas vistas increíbles de la ciudad. Esta vez sí que fuimos aperados de pan para los patos que nos encontraríamos en los parques porque nos íbamos a ir a pie desde el hotel hasta el Eye por Hyde Park y St James Park.

La caminata, pese a que fue larga y a que nos dolía cada músculo de las piernas después de casi dos semanas de puro caminar, fue hermosa. Los patos de Hyde Park eran divertidísimos. A la entrada del parque hay cuatro fuentes y cada una tiene su pareja de patos. Lo divertido es que cuando empecé a tirar pancitos los patos de las otras fuentes venían a comer y los patos “residentes” los sacaban cascando de “su” fuente. Uno hasta le mordió el culo al otro cuando éste trataba de salirse de la fuente. Nos hicieron reír mucho... Al final, el pobre pato correteado me esperó entre las palomas (a las que él no dejaba acercarse a su pan) y le tiré pedacitos de pan que pescaba en el aire, cual perro.

Después nos fuimos bordeando The Serpentine, una laguna larga en el parque, donde nos encontramos con más amigos plumíferos hambrientos, entre los más notables un cisne que comió de mi mano y que era casi tan alto como yo (lo que no es mucho para un humano pero para un cisne sí lo es!), y una pata marroncita que era una belleza (ver fotos).

De Hyde Park cruzamos a St James Park al pie de Piccadilly y caminamos por el camino del parque hasta el Palacio de Buckingham (donde dejamos vuestros saludos a la reina); luego, seguimos camino hacia Westminster, cruzamos el puente y llegamos al London Eye - medio muertos. Cuando vi la cola, aunque avanzaba rápido, no me dio la gana de esperar así que cuando vimos que podías pagar más para saltártela, dije “perfecto”. Para mi gran desilusión, cuando salimos de la boletería vimos que ya no había cola alguna... MERDE.

Para sumarle al apestamiento por haber pagado tanta plata por nada, teníamos hambre y sed, no nos quedaba ni un duro partido por la mitad (teníamos que ir al banco pero no había ninguno cerca) y cuando llegamos le dijeron a Andrés que tenía que pasar su mochila con su película de cine por rayos X. El guardia era un pesado además; no quería saber nada de excusas. Al final, después de hablar con el encargado nos dejaron subir sin radiografiarlo... pero mi amigo ya estaba furia.

Por suerte la vista desde las naves era espectacular porque ligerito se le quitó el enojo a mi compadre y pudimos disfrutar de Londres desde el cielo. ¿Se acuerdan de las pilas que compré en el Migros de Ginebra porque quemé el cargador? Bueno, al bajar del London Eye se terminaron de agotar, así que ahí sacamos nuestras últimas fotos del viaje.

Después de nuestro “vuelo” (como es auspiciado por British Airways te dicen “enjoy your flight” cuando te subes), tomamos el Underground de vuelta al hotel para nuestra conferencia. Llegamos con las justas y nos conectamos perfecto, cada uno en un teléfono público diferente, pero las tarjetas se agotaron antes de tiempo!! Habíamos pagado 5 libras por cada una y sólo estaban durando 15 minutos (aunque prometían 120)!! Para hacerles el cuento corto, terminamos usando el teléfono de la pieza para hacer el llamado y por algún motivo no nos lo cobraron... por suerte porque las tarjetas nos habían costado una fortuna!

De ahí partimos a casa de Charlotte a comer. Ella vive unas estaciones hacia el norte del hotel, en Kensal Green. La pasamos TAN BIEN esa noche... no sólo fue riquísimo verla sino que además no nos veíamos hacían 12 años, pero no parecía... Ella estaba panzona, a cinco semanas de dar a luz a su segundo hijo (tiene una hijita de tres años, creo - no la conocimos porque estaba durmiendo) y su marido era muy simpático... quedamos con ganas de vernos más a menudo - qué pena vivir tan lejos!

Esa noche, de regreso en el hotel hicimos las maletas para dejar todo listo para nuestra partida la mañana siguiente. No podíamos creer que ya había llegado la hora de regresar. Aunque el viaje no fue tan largo, poco menos de dos semanas, nuestra realidad en Toronto parecía estar a años luz. Pero, por otra parte, teníamos ya ganas de dormir en nuestra cama, apachurrar a Lucas y lavar nuestra ropa!!

A la mañana siguiente nos levantamos ultra temprano para emprender el viaje de aproximadamente una hora hasta el aeropuerto en el Underground. El vuelo salía al medio día y teníamos que estar allá con 3 horas de anticipación. El viaje al aeropuerto fue mucho más rápido de lo esperado y estuvimos sentados en un café en Heathrow, chequeando emails y esperando a embarcarnos a poco menos de hora y media de haber tomado el tren.

Nos tomamos nuestras pastillitas mágicas antes de embarcarnos y antes de despegar ya estábamos cabeceando de sueño... atrasamos el reloj cinco horas y dormimos prácticamente todo el vuelo hasta Toronto, donde nos esperaba nuestra amiga Margarita con los brazos abiertos.

Llegamos de vuelta a Toronto hace una decena de días y ya los días pasados en Europa parecen haber sido un sueño. ¿Por qué pasará esto cada vez que uno viaja? Ayudada por fotos y boletas (y mi memoria - viva!!) he reconstruido nuestras peripecias aquí para ustedes, de paso volviendo a viajar yo misma por todos los lugares que “vivimos”. Mi conclusión para esta crónica es que tengo que regresar al viejo continente pronto. Me queda tanto por ver y vivir! Pero estoy muy agradecida de haber podido ir en este viaje con Andrés, separarnos brevemente de nuestras rutinas y problemas, y gozar de casi dos semanas juntos en otra parte del mundo, solos los dos en una realidad tan diferente a la nuestra.

¡¡¡VIVAN LAS VACACIONES!!!

Fin....

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