Sunday, September 26, 2010

Domingueando

Después de pasar tres días encerrada en mi pieza lamentándome, ya estaba harta. Era domingo, por la cresta. Eso significaba que mañana ya sería lunes, por si no me están entendiendo. Y eso implicaba que habría prácticamente tirado el fin de semana al tacho. Necesitaba un poco de aire fresco y hacer algo entretenido con Andrés. Así que le di la brillante idea de invitarme a salir a comer brunch (una suerte de desayuno-almuerzo, que en realidad es una excusa para comer huevos con pan tostado a la hora de almuerzo) y partimos. Debo decir que fue necesaria una ducha larga y caliente y varias capas de maquillaje para transformarme en una persona digna de aparecer en público. Tengo unas ojeras colosales. Pero ya me estoy yendo por las ramas.

Terminamos bruncheando unos platos deliciosos en un restaurant que se llama Mildred Pierce, en honor a la película de los años 40. No les puedo explicar qué buen uso le dieron a las semillas de hinojo y a los champiñones silvestres en los platos que pedimos, pero el goce empezó aún antes de la comida con la espectacular vista de la ciudad en el camino. El aire estaba vigorizante y los colores otoñales... ¡luminosos! Supongo que si el verano llega temprano, como lo hizo este año, el otoño entra con ansias también. Toronto se veía muy guapa hoy. Me volví a enamorar como hace 13 años. Y esta facilidad para maravillarme con el aire, la vista, y los sabores de mi tarde dominguera me hicieron ver que encerrarme por tres días tiene otra ventaja – el mismo efecto que tienen en mí esas motas de color que emergen entre la nieve del paisaje monocromático de nuestro largo invierno.

Siempre se me ha criticado por recibir el otoño con felicidad. Los amantes del verano siempre me han dicho que soy una aguafiestas, pero no es cierto. Verán, a mí también me encanta el verano. Y no es que ame el otoño más. Lo que pasa es que lo aprecio más gracias al verano. Igual que el invierno me hace valorar el verano tantísimo más también.

No les diré que los inviernos que pasé en Chile no fueron fríos y grises; hasta me acuerdo de dar pruebas en la universidad envuelta en mi abrigo y con los guantes puestos! Pero las estaciones en Santiago al menos nunca fueron tan definidas como acá. Era más bien una "temporada de frío" seguida por una "temporada de calor". Además, eso de celebrar la Navidad en el verano nunca tuvo mucho sentido para mí. En el verano nadie tiene tiempo para nada. Todos están ocupadísimos divirtiéndose, así que prepararse para la Navidad, escribir tarjetas, hacer listas, hornear galletas, ir de compras... todo eso es una gran lata que nadie hace con amor. Especialmente cuando hacen 35ºC y el centro comercial no tiene aire acondicionado (aunque seguro que hoy en día todos tienen). Pero puedo esperar unos meses más para hablar más sobre el tema de la Navidad.

Después de deleitarnos con nuestra comida nos dimos una vuelta en auto por el Don Valley, maravillándonos con los manchones de rojo furioso y naranjo fuego que se pueden ver entre el follaje aún profundamente verde del valle. Está todo hermoso. No se lo pierdan... La vita è bella.

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